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Esther Ovejero Ruiz

De delicada a peligrosa: la figura en la historia

¿Qué sabrán las mujeres?

Que una famosa biblioteca haya sido maldecida por una mujer es algo que deja del todo indiferente a una famosa biblioteca [1]

Las mujeres han sido constantemente marginadas por la sociedad y por la Historia: la primera procurando mantenerlas alejadas del espacio público, quitándolas en la medida de lo posible la voz y el voto; la segunda ocultándolas detrás de los grandes acontecimientos protagonizados por el sexo masculino, algo visible en los manuales donde las referencias a ellas son nimias. He aquí la importancia de reivindicar no solo la igualdad socio-económica, sino también histórica construyendo una Historia de las Mujeres que las tenga como protagonistas.

Que la opinión de la mujer haya sido ignorada durante siglos no es algo que nos deba sorprender, del mismo modo que no debe impresionarnos que se hayan asignado al género femenino una serie de aptitudes de acuerdo con lo que se esperaba de él: esposa sumisa, madre dedicada y ama de casa rigurosa. Entre estas cualidades las buenas féminas han debido responder durante siglos a la sensibilidad, la delicadeza, la paciencia, la organización, la tranquilidad y la cordialidad. Habilidades que curiosamente encajan a la perfección con ocupaciones como la costura, el cuidado de los niños y mayores o incluso la custodia de los libros que al final han acabado siendo concebidas como profesiones femeninas.


Repensando la figura de la bibliotecaria

Cuando pensamos en una bibliotecaria lo solemos hacer de un modo bastante peculiar: una señora de edad media-avanzada, con un moño tirante, unas gafas que ocupan gran parte de su cara, un atuendo poco vistoso, un carácter agrio y una vida familiar inexistente. Algo así como la Señorita Rottenmeier de la mítica novela suiza de Heidi.

Esta asociación tan negativa tiene que ver con una reacción inconsciente de un mundo todavía heteropatriarcal, ya que la figura de la bibliotecaria rompe en cierto modo con el canon de mujer alejada del espacio público, dedicada exclusivamente a su familia y dependiente económicamente del varón. Así, la sociedad la entiende como un peligro para el mantenimiento del statu quo y reacciona convirtiéndola en el antihéroe de la madre discreta y comprometida con su hogar.

Resulta paradójico que una profesión se asocie al género femenino por ser el más indicado para desempeñarla y que al mismo tiempo la sociedad confeccione un estereotipo dañino por entender que acomete contra lo tradicional. No obstante, este paso de delicada a peligrosa es un poco más comprensible si examinamos la trayectoria de las mujeres en el mundo laboral en general y en el de las bibliotecas en particular.


Las mujeres alzan la voz

A finales del siglo XIX el mundo empieza a sensibilizarse con los derechos de las mujeres motivado en gran parte por el Movimiento Sufragista, que empezaba a agitar conciencias en relación con los derechos políticos de las féminas. Aunque su éxito fue relativo, ya que no fue hasta mediados del siglo XX cuando la mayoría de los países europeos aprobaron el voto femenino, invitó a reflexionar la sociedad sobre la posición social de unas ciudadanas que durante la recién concluida contienda bélica habían supuesto gran parte de la mano de obra de las fábricas.

La Gran Guerra se convirtió así en un punto de inflexión para el desarrollo de la formación femenina y su mayor inclusión en el mundo laboral. De este modo, aunque mucho después que sus congéneres masculinos, las féminas pudieron acceder a una educación y a unas oportunidades profesionales cada vez más amplias.

En España, si bien el voto femenino tuvo que esperar hasta la proclamación de la Constitución de 1931 durante la Segunda República Española, fue en 1870 cuando gracias al pedagogo e intelectual Fernando de Castro y Pajares, fundador de la Asociación para la Enseñanza de la Mujer, la instrucción femenina se abrió a todas las esferas y condiciones de la vida social.

Así, desde finales del siglo XIX, el progreso y la promoción social de las féminas españolas fueron de la mano de la enseñanza académica y científica que se impartía en las aulas de la Asociación. Desde escuelas especializadas como la Escuela de Institutrices, de Comercio, de Correos y Telégrafos, de Profesoras de Párvulos, de Primaria Elemental y Superior, de Segunda Enseñanza o de Taquigrafías y Mecanógrafas; hasta cursos para la enseñanza de idiomas, música, dibujo, pintura o corte y confección para ampliar los conocimientos. A todo ello se sumaron en 1894 las primeras clases especiales para formar a bibliotecarias y archiveras.


Archiveras y bibliotecarias: ¿necesidad o feminismo?

No obstante, si la incorporación de la mujer al mundo bibliotecario parece un avance feminista, la connotación que le siguió no lo fue tanto. La verdad es que, ante la escasez de voluntarios que ocuparan las plazas en los Archivos y Bibliotecas del Estado, se pensó que las mujeres por responder al estereotipo de individuos minuciosos, pacientes, limpios y ordenados podrían ser las candidatas perfectas para estos puestos. Así, algo que creíamos un progreso en la mentalidad de la sociedad, era solo una demostración más de que el mundo seguía siendo un claro ejemplo del predominio de los roles de género. El Proyecto Archiveras y Bibliotecarias de 1894 lo expresaba del siguiente modo:

Inútil es decir que las tranquilas funciones de Archiveros y Bibliotecarios, en el recogimiento y sosiego de los establecimientos de su cargo, son muy a propósito para la mujer y están muy en armonía con sus aptitudes, puesto que la ordenación y arreglo de Archivos y Bibliotecas exigen principalmente la minuciosidad, paciencia, orden y aseo que de ordinario predominan en el carácter del sexo. Para la copia de documentos paleográficos, por ejemplo, siempre será más escrupulosa la mujer que el hombre [2]

Con el tiempo, las mujeres españolas demostraron ser auténticas profesionales de los archivos y las bibliotecas, dirigiendo iniciativas que marcarían la historia de nuestro país y convirtiéndose en símbolos del feminismo contemporáneo. Entre ellas es imprescindible destacar a Teresa Andrés Zamora, una intelectual vallisoletana que asumió la dirección de las Bibliotecas del Frente durante la Guerra Civil Española, las cuales buscaban construir centros de cultura en campamentos y hospitales militares para llevar a los soldados entretenimiento y formación.

La perspectiva de esta bibliotecaria, sin duda adelantada a su tiempo, nos recuerda a lo que actualmente nos proponen los expertos: no basta con poseer libros ni con tenerlos ordenados, hay que insuflar de vida a las bibliotecas. Para ella, al margen de la colección, era importante convertir los centros bibliotecarios en lugares dinámicos con actividades como los círculos de lectura o con otras que fomentasen el pensamiento crítico y la cultura.


Bibliotecas de y para mujeres

En este mundo tan repleto de cambios, las mujeres que empezaban a estar en contacto directo con las bibliotecas y los archivos se percataron de que en estos epicentros de la cultura no existía un espacio, siquiera minúsculo, dedicado a ellas. Motivadas por las olas de feminismo que inundaban la sociedad en el siglo XX, muchas se movilizaron para crear sus habitaciones propias en las que preservar la documentación generada por ellas mismas.

El trabajo y esfuerzo de estas primeras intelectuales tuvo como fruto la confección de centros como la Biblioteca Popular de la Mujer, un espacio para aprender y compartir lleno de oportunidades y recursos para las mujeres. Fundada en 1909 de la mano de Francesca Bonnemaison Farriols, se convirtió en un verdadero epicentro de las aportaciones femeninas; llevando casi veinte años de ventaja a otros proyectos europeos similares.

Sin embargo, aunque las bibliotecas dirigidas a las mujeres tuvieron mucho éxito en la época, tuvimos que esperar algunas décadas más para observar cómo, coincidiendo con la reivindicación del Movimiento Feminista, se construyeron los primeros fondos documentales sobre las mujeres. Entre ellos quizá el más destacado es la Biblioteca de Mujeres de Marisa Mediavilla, una bibliotecaria y documentalista feminista que buscó reunir la cultura y el saber que las féminas habían elaborado a lo largo de la historia dando visibilidad a las aportaciones femeninas a la sociedad.


Mujeres y bibliotecas: una reflexión feminista

La verdad es que las mujeres supieron aprovechar la formación en biblioteconomía y archivística para incorporarse a un mundo laboral que todavía era muy reticente a la presencia femenina. Tras décadas demostrando su valía, consiguieron ponerse al frente de poderosas iniciativas, dejando su impronta en la Historia de España y contribuyendo a confeccionar lo que los expertos denominan la Historia de las Mujeres.

Si bien, es curioso cómo los estereotipos asociados al género femenino motivaron que las mujeres se acercaran a este oficio tan antiguo e importante, al mismo tiempo que la sociedad, al sentirse amenazada por los cambios socio-económicos que esto implicaba, se inventó otros para convertirlas en el centro de sátiras que han llegado hasta nuestros días en forma de monstruos obsesionados con el silencio y el orden.

Quizá una buena manera de seguir luchando contra los residuos de este tipo de machismo que todavía pervive en nuestra sociedad sea fomentar una imagen diferente de la bibliotecaria: como una amante de la cultura que valora la palabra escrita y se esmera por conservarla, que entiende el valor que los libros tienen para la sociedad y dedica su tiempo a estimular y contagiar su entusiasmo a los demás.

Paradójico o no, la inserción de la mujer en este ámbito laboral suscitó preguntas enfrentadas: ¿quién mejor para cuidar los libros que una cuidadosa, paciente y organizada fémina? ¿es conveniente darle a una mujer un puesto de trabajo que la convierta en independiente económicamente? y sobre todo ¿es recomendable si esta labor implica que esté codo con codo con la cultura y el espacio público?

En definitiva, la irrupción de la mano de obra femenina en el mercado laboral fue consecuencia directa de unas circunstancias sociales y económicas que habían relegado a los varones a otras actividades. Esto es lo que ocurre durante la Gran Guerra cuando las fábricas se ven obligadas a contratar mujeres frente a la ausencia de hombres. Situación que se repite en España cuando, ante la ausencia de mano de obra masculina en los archivos y bibliotecas, se recurre a las mujeres para una tarea que en un principio encajaba a la perfección con su rol de género.

Cómo las mujeres aprovecharon la formación y la inclusión en un mundo que hasta entonces les había estado vetado es evidente si examinamos la cantidad de iniciativas que encabezaron las bibliotecarias y archiveras españolas a favor de la igualdad de género no solo en la sociedad sino también la Historia.


Notas


[1] WOOLF, V. (2016). Una habitación propia. Barcelona: Austral. [2] MUÑOZ, A.; ARGENTE, M. [2015]. La formación de las bibliotecarias y las bibliotecas de mujeres en España. Revista General de Información y Documentación, vol. 25, no. 1, p. 51.

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