A lo largo de la historia el poder establecido ha sido propenso a regular la lectura y la escritura ya sea mediante prohibiciones, destrucciones masivas de libros, estrictos tribunales de justicia u originales reinvenciones de textos. Todo ello en aras de poner las letras al servicio de una causa concreta o justificar actitudes autocráticas.
La lectura como amenaza contra el statu quo
Nos remontamos a las colonias inglesas de Norteamérica donde los propietarios de esclavos se negaban insistentemente a que estos aprendieran a leer y a escribir, incluso las Sagradas Escrituras, por miedo a que hicieran alguna interpretación que pudiera encender la chispa de la revolución y poner en riesgo su estatus socioeconómico. Y es que eran conscientes de la fuerza de la palabra escrita, ya que saber leer una frase implica saber leerlo todo y, lo más relevante, permite al lector reflexionar y actuar de acuerdo con lo aprehendido o incluso brindar un nuevo significado a las palabras.
No obstante, los esclavos también se percataron de que el instrumento más poderosos de sus opresores no eran las armas, con las que no dudaban en amenazarlos ante el mínimo atisbo de insubordinación, sino los libros. Así, demostraron continuamente un gran interés por aprender el arte de la lectura y de la escritura inventándose los métodos más variados y originales para sortear las amenazas y los crueles castigos a los que se veían sometidos si les pillaban con las manos en la masa. Existen muchos ejemplos de esclavos consiguieron librarse del yugo y utilizaron la pluma para luchar contra una práctica que había convertido sus vidas en un auténtico martirio.
Entre ellos me gustaría destacar a Olaudah Equiano [1745-1797], más conocido como Gustavus Vassa. Nacido en Nigeria, con tan solo once años fue capturado como esclavo y llevado a Norteamérica donde fue comprado, años más tarde, por un mercader que no solo le enseñó a leer y a escribir, sino que también le ayudó a conseguir su libertad. Habiendo logrado escapar del yugo, emigró al Reino Unido donde se convirtió en un autor prolífico y un conocido activista. En 1789, mientras vivía en Londres, publicó una autobiografía estremecedora repleta reivindicaciones. Así, convertido en un símbolo de la campaña por la libertad de los esclavos, protestó contra el comercio de personas, insistiendo en el tráfico negrero, en la libertad natural de los hombres y en la malicia de aquellos que participaban en él.
El grado de influencia que tuvieron este tipo de autores con sus atroces biografías en la conciencia social de la época es muy discutible. No podemos atribuirles el fin de la esclavitud en Norteamérica, pero quizá sí podemos entendernos como una gota más que ayudó a colmar el vaso.
La lectura como herramienta de control
Dado que arte de leer no puede desaprenderse una vez que se ha adquirido, el segundo mejor recurso es limitar su amplitud [1]
Es por ello por lo que los libros han sido la mayor obsesión de todos los regímenes políticos, tanto orientales como occidentales, desde la Antigüedad hasta nuestros días. Una ofuscación que normalmente ha culminado con largas listas de ejemplares censurados, como fue el Índice de Libros Prohibidos que compilaba todas aquellas lecturas que los católicos no estaban autorizados a leer por sembrar la duda sobre los preceptos religiosos; o las grandes quemas de libros, que tuvieron lugar desde la China de Qin Shi Huang en el año 212 a. C., pasando por la Alemania nazi y la Guerra Civil Española, hasta el Estado Islámico en la actualidad.
El afán por suprimir el pasado ha sido respaldado por muchos fanáticos convencidos de que las letras ponían en peligro las ideas que tan fervientemente defendían. Así, cuando Teodosio promulgó las leyes contra el paganismo, los cristianos más exaltados aprovecharon la coyuntura para destruir aquello que más amenazaba su idiosincrasia: las bibliotecas que albergaban el saber clásico, entre ellas la de Alejandría.
El control de las mentes ha estado presente en todas las partes del mundo, incluso en la tierra de la Libertad. Remontemonos a 1873, cuando Anthony Comstock fundó la Sociedad para la Erradicación del Vicio, el primer comité de censura de los Estados Unidos que buscaba depurar la lectura de inmoralidad o aspectos que acometiesen contra la versión más rancia de la moralidad puritana. Todo ello para en última instancia controlar las mentes de la población.
Un mecanismo más silencioso
La prohibición de aprender, la persecución del arte de la lectura y de la escritura o la destrucción de libros, ha convivido a lo largo de la historia con otros mecanismos de control que, aunque más silenciosos, mantienen el propósito de justificar o reforzar una doctrina, una ley arbitraria, un interés personal o una autoridad. La más sonada es la reinterpretación de los textos, esto es analizar la escritura haciendo hincapié en las ideas que nos interesan o incluso matizándolas para que digan lo que queremos.
Esta maniobra, que es más una mentira que otra cosa, nos es mucho más familiar de lo que creemos ¿Sabéis que Adolf Hitler basó su atroz teoría sobre la raza aria en las obras del filósofo alemán Friedrich Nietzsche, cuyo pensamiento estaba muy lejos de corroborar los horrores del Holocausto? ¿Recordáis a Jorge Rafael Videla y sus interpretaciones del Nuevo Testamento durante el golpe de Estado argentino?
Pensando en el poder de la palabra escrita
El mismo acto que puede dar existencia a un texto, extraer sus revelaciones, multiplicar sus significados, reflejar en él el pasado, el presente y las posibilidades del futuro, puede también destruir o tratar de destruir la página viva [2]
La palabra escrita tiene muchísima más fuerza de la que podemos llegar a imaginar. Es por ello por lo que el poder establecido ha intentando incansablemente controlarla para ponerla a disposición de sus intereses y aspiraciones; y es por eso también por lo que las masas han procurado aprender sus caracteres a fin de lograr la libertad de pensamiento.
Si la destrucción de los libros parece a simple vista una forma eficaz de borrar la historia, pensemos que si las ideas que contienen han sido leídas tan solo una vez pueden propagarse cual epidemia, saltando de boca en boca y de mente en mente haciendo mucho más daño que la simple escritura.
Si quemarlo no era suficiente ¿qué podían hacer? Atribuirle un carácter inmoral o incluso perjudicial para el lector parecía la mejor opción pues ¿quién se iba a atrever a discutirle al Tribunal del Santo Oficio, representante de la voluntad de Dios en la Tierra, si una lectura era perniciosa o no? ¿o quién iba a enfrentarse a los comités de censura con nombres tan sugerentes como el de Anthony Comstock?
El poder de los libros en el cine
También en el mundo del cine encontramos películas que nos recuerdan a la obsesión del poder establecido por controlar la lectura y la escritura. Un gran ejemplo es Fahrenheit 451, una película inglesa de 1966 basada en la novela Fahrenheit 451 de Ray Bradbury y dirigida por François Truffaut. En ella se simula una sociedad distópica del futuro en la los libros están totalmente prohibidos por incitar a la población a pensar, analizar y cuestionar la realidad. Un cuerpo de bomberos especializado se dedica a buscar y quemar todos los libros, mientras que una gran parte de la población busca incesantemente acceder ellos.
Así podemos ver esa dualidad entre la prohibición y el deseo que tanto se ha dado a lo largo de la historia: el cuerpo de bomberos se asemeja en cierto modo al Tribunal del Santo Oficio o a la entidad creada por Anthony Comstock; mientras que el interés por la lectura del protagonista, al encontrar en ella fuerza y poder, nos recuerda a los esclavos de Norteamérica.
Si os gusta el cine más actual quizá aposteis más por la adaptación de HBO protagonizada por Michael B. Jordan y Michael Shannon, dos hombres en un mundo donde los libros se queman, la historia se borra y la disconformidad es ilegal. ¿Os suena?
Bibliografía
BAHRANI, R. (dir.) Fahrenheit 451 [serie de televisión]. Estados Unidos: HBO, 2018. Trailer disponible aquí [Consulta: 03/04/2020]
COMUNIDAD BARATZ [2017]. 6 movimientos para abrir correctamente un libro nuevo. Comunidad Baratz [blog]. Disponible aquí [Consulta: 03/04/2020]
MANGUEL, A. Lecturas prohibidas. En: MANGUEL, A. Una historia de la lectura. Madrid: Alianza Editorial, 1998, pp. 312-323.
PEÑA DÍAZ, M. Libros permitidos, lecturas prohibidas (siglos XVI-XVII). Cuadernos de Historia Moderna. Anejos. 2002, no. 1, pp. 85-101. Disponible aquí [Consulta: 03/04/2020]
TRUFFAUT, F. (dir.) Fahrenheit 451 [película]. Reino Unido: Enterprise Vineyard Production, 1966.
WALLACE, M. [2015]. Crossing: African writers in the era of the transatlantic slave trade. British Library. Disponible aquí [Consulta: 06/04/2020]
La biblioteca de Alejandría: la destrucción del gran centro del saber de la Antigüedad. National Geographic. Historia. Disponible aquí [Consulta: 06/04/2020]
Notas
[1] MANGUEL, A. Lecturas prohibidas. En: MANGUEL, A. Una historia de la lectura. Madrid: Alianza Editorial, 1998, p. 316.
[2] Ibidem, p. 323.
Comments